Por Celina Villarreal y Melisa Marchese
El historiador de profesión y periodista de oficio revela sus placeres y gustos por la música y la escritura a través de sus experiencias en el campo de trabajo.
Son las dos de la tarde y la lluvia es cada vez más intensa. En la entrada de una casa con fachada antigua, Sergio Pujol mantiene entornado el portón gris, para evitar que su perro callejero se escape.
–El timbre no anda, escuché que Giovanni ladraba y salí abrir.
Una vez dentro, mientras las gotas resuenan en el techo de de fibro fácil, él acelera el paso para cruzar el jardín por un camino de ladrillos. Con sus manos mojadas, abre una puerta vidriada e ingresa a su estudio, una especie de quincho ambientado para ello. El lugar, pintado de colorado, está iluminado por un ventanal de tres hojas con marco blanco. Hay dos escritorios en forma de L con dos notebooks, varios libros y cuadernos. En las paredes se extienden siete repisas atestadas de libros y dos de CD’s, que ascienden del parquet hasta el techo.
–Tengo más de 2500 libros de historia del siglo XX, comunicación, música popular y libros en inglés de jazz y rock porque no hay mucho traducido al castellano–camina hacia una kichinet, en el rincón, donde prepara café batido. Sergio, apoya, sobre su lugar de trabajo, una bandeja pintada a mano, con tres tazas blancas y toma asiento en una silla negra reclinable.
–Le pongo crema, es un vicio de gordo reprimido que tengo–abre un sobre en polvo y se asegura que el grabador esté bien colocado.
“Yo soy un lector bastante voraz”.
–Leo de todo. Cosas que me dan, cosas que busco de historiadores. Algunos muy específicos, muy del palo historiográfico. Hay un italiano, Carlos Guinzburg, que ha tocado temas como la brujería en la Edad Media. Hobsbawm también me gusta mucho. Dehistoria argentina leo algunas cosas, no soy un gran seguidor. Me gusta Halperín Donghi, Romero, por su puesto, pero no soy un tipo que esté súper informado de lo que se edita en Argentina, porque mi obligación como docente es la historia del siglo XX–sorbió el café, se apoyó contra el respaldo y se cruzó de piernas-después me gustan varios autores. De ficción, ensayistas, como por ejemplo- hay gente que no es muy conocida-Dari Guinz, que es un crítico de jazz que escribe en Estados Unidos. Tengo todos sus libros en inglés porque no hay ninguna traducción acá.
En lo que refiere a la ficción, afirma que ha leído a Borges, Cortázar, Emmanuel Puig, Tomás Eloy Martínez, Varga Llosa, Kafka y Gabriel García Márquez. Sin embargo, manifiesta que compra muy pocos libros sino que los “manguea”.
–Los de ficción no necesito tenerlos porque es raro que vuelva a leerlos. Si trabajara en literatura sí, pero es una lectura placentera, totalmente placentera.
Sergio Pujol se avoca a la escritura de libros basados, mayormente, en investigaciones que ha llevado a cabo en diferentes momentos de su vida.
–Desde que entré en el CONICET en el ’92, soy investigador adjunto. Mi obligación laboral, es proponer un tema de investigación. Desde un comienzo tenía dos posibilidades, o dejaba mis trabajos dentro del ámbito académico, básicamente con informes que podía publicar siguiendo una carrera universitaria, o convertía eso en libros que tuvieran un público más amplio, un público de interés más general. Mis libros son narrativos, a mi me interesa mucho la narración. No son novelas, son trabajos de investigación pero en algunos casos, por ejemplo, en la biografía que hice de Yupanqui, hace algunos años, empiezo contando una anécdota de él con su padre en los campos de Pergamino y la música que los gauchos escuchaban en ese momento. Son como estrategias narrativas que utilizo. En el último que escribí, cuento anécdotas personales, no demasiadas pero hay una mirada más subjetiva, que para los cánones del CONICET sería inadmisible.
–¿De qué se trata tu nuevo libro?
–Sobre canciones argentinas, se llama “Canciones argentinas, 1910–2010”. A cada canción le dedico un ensayo de tres o cuatro páginas. Empiezo con un tango y termino con una canción de Lisandro Estimunio. Son cien años de música nacional. En realidad me habían pedido un libro sobre el bicentenario pero la verdad es que no encontré muchas canciones del siglo XIX. Entonces empecé en el diez, ya donde están las industrias culturales, los medios de comunicación masiva, poco después aparece la radio. Es muy ensayístico, donde yo cuento anécdotas porque son las canciones que yo vengo escuchando desde mi infancia y las que considero las grandes canciones argentinas.
Segundos después, gira la silla hacia la notebook y, en silencio, busca la imagen de la tapa de su próxima publicación. Señala el monitor y con el dedo apoyado explica: “esto es una vitrola acá hay cuatro stickers de Charly, Atahaualpa, María Elena Walsh y Carlos Gardel”. Sin dejar de mirar la pantalla comenta que lo que busca trasmitir es la idea de la historia que está representada con la vitrola y la diferencia de géneros tratados en el libro: tango, canciones infantiles – populares, folklore y rock. Además, la continuidad en el tiempo, se empieza con Gardel y se termina con Charly García.
Pujol parece estar orgulloso de su nuevo producto, hasta en el protector de pantalla aparece la imagen de la tapa.
-De los libros que escribiste, ¿cuál es tu favorito?
–El último siempre parece el mejor pero hay uno que se llama “Historia del Baile. Del candombe a la disco”, que saqué en ’99 que es bárbaro. Está mal que yo diga eso… (risas) Voy a ver si el año que viene lo reedito en otra editorial–se paró, tomó de una de las bibliotecas el libro, edición Emecé, que tiene una pareja de tango en el frente–Siempre me agarran las dudas en las etapas previas a la salida del libro. Lo que pasa es que cuando publiqué los primeros no pasaba nada, no había comentarios, en cambio ahora los libros son comentados, eso es lindo pero también uno se siente expuesto. En el peor de los casos dirán “un traspié de Pujol”… tampoco me van a fusilar –esbozó una sonrisa y se reclinó de nuevo en la silla de cuero. Sergio, que conoce mucho la producción historiográfica nacional en la actualidad, se refiere a esta cuestión.
–Se está trabajando mucho sobre historia reciente. Además, el momento político que vive Argentina es muy propicio para realizar libros sobre los setenta, hay mucha efervescencia política y son temas interesantes. Hoy en día un libro de historia puede tirar mil quinientos ejemplares, en los sesenta y principios de los setenta, uno exitoso no bajaba de los cien mil. Se ha fragmentado el mercado, se ha atomizado un poco más, es más variado, es más rico el panorama y, a la vez, no hay autores que logren tener una impronta en el mercado. Ahora, en general, hay mucha producción historiográfica con poca llegada al gran público y lo que llega no es lo mejor, digamos, está muy digerido, muy domesticado para ser material de divulgación. Me refiero a un público lector, “culto”, que va al cine, que a veces va a ver una exposición de cuadros, que va al teatro, que lee el diario todos los días…ese es lector que, me parece, se ha alejado un poco de la historia como material de lectura. Yo me di cuenta cuando hice “Rock y dictadura”, un libro sobre la música del ‘76 al ‘83, la repercusión que tuvo en los chicos, en gente que no había nacido o que había nacido más o menos por esos años.
“Como amante de la música, te diría que, de “Las dos horas y pico que pongo todos los días en mi casa, una hora y media es de jazz”
Sergio Pujol, posa su mirada en la repisa blanca y afirma que tiene alrededor de mil quinientos álbumes, de los más variados géneros. Algunos los compró y otros los bajó a la computadora para grabarlos en un disco y sumarlos a la colección. Empezó a oír en long play, siguió con los cassettes, que aún conserva, pero ahora escucha CD y de ahí no piensa moverse. Su afición por la lectura es evidente pero la música también ocupa un lugar muy importante en su vida.
–Quizá no tan importante para verme impulsado a crear música. Es un lugar pasivo, un lugar de deleite, de recreación. Yo no soy actor ahí, no soy protagonista musical. Yo elegí sentarme en una butaca, como público. Pero, por otro lado, el periodismo musical, la crítica musical, me permitió salir de esa situación pasiva como espectador e intervenir en el hecho artístico, opinando, analizando…un lugar más “intelectual”. Como el crítico de literatura, de cine.
-¿Tocas algún instrumento?
-Sí, la guitarra… pero muy mal (risas) Mi hijo toca bien-se acercó a la repisa de su derecha de donde tomó, delante de la fila de libros, una fotografía de su hijo mayor, Ulises, de cuando era pequeño.
Cuando Sergio habla de música no puede evitar remontarse a su juventud porque, mientras estudiaba su carrera universitaria, escribía una columna musical para el diario El Día que lo enviaba a cada recital que había en la ciudad y para él significaba “tocar el cielo con las manos”. Las preferencias de Pujol son indiscutibles. A sus espaldas, en la biblioteca de madera que alberga alrededor de quinientos libros de temática musical, resalta, de entre los lomos de colores, la palabra Jazz.
–Como melómano, como amante de la música, te diría que, de las dos horas y pico que pongo todos los días en mi casa, una hora y media es de jazz. Me gusta mucho y sigo actualizado con eso aunque escucho un poco de todo. Fui varias veces a Nueva York, me encanta alojarme en un hotel que queda cerca de Broadway y me voy a todos los bares de jazz.
–De la música actual, ¿qué es lo que más te gusta?
–Algunas cosas de Tango que están haciendo ahora que me parecen que son brillantes. Cantautores dentro de lo que es el rock, que salieron ahora, me gusta Gabo, Lisandro Estimugnio, algunas cosas de Molina…–Giovanni, su perro, ladra bajo la lluvia y Sergio pierde el hilo de lo que hablaba. Con el mentón apoyado sobre la mano, miró hacia el jardín, y luego de unos segundos, retomó la conversación–también me gusta Bob Dylan, los Beatles, los Rolling Stone, esos clásicos. Los escucho siempre y los conozco muy bien, si escucho uno o dos acordes te puedo decir qué es porque es la música que escuché desde adolescente y lo que me marcó para siempre. Me generó un impacto psicológico muy grande porque es lo que hizo entrar en el mundo de la música. No te lo olvidas más, eso queda en tu ADN para siempre.
“La docencia es una manera inmediata de devolverle a la sociedad lo que uno ha estudiado en una universidad pública”.
Sergio Pujol es profesor de la cátedra de Historia del Siglo XX, en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, desde que se recibió como historiador a los veintitrés años. Este es el único campo universitario en el que dicta clases porque, a nivel académico, enseña en la escuela de música porteña EMU sobre Estilos de Jazz. Para él, la docencia es muy gratificante porque considera que es “una manera inmediata de devolverle a la sociedad lo que uno ha estudiado en una universidad pública. Es un ida y vuelta entre el saber y las nuevas generaciones”.
Otro de los aspectos que destaca de su profesión es que, al estar en contacto con gente joven, todos los años se enfrenta con el mismo desafío, atraer la atención de sus alumnos a los que define como individuos que viven “el presente muy intensamente y no tienen desarrollado una mentalidad histórica, de situarse dentro de un proceso largo”. Para lograr su objetivo utiliza diferentes estrategias como, por ejemplo, el relato de sus experiencias. Un clásico, es su visita a Berlín, en 1989, que lo llevó a estar en el momento y lugar indicado: la caída del muro. En su estadía compró una porción del mismo y desde hace años lo lleva a las clases para mostrarlo y contar que, en una oportunidad, fue a la repisa donde guardaba la pieza histórica y no la encontró. Cuando le preguntó a su mucama si la había visto, ésta le respondió que había tirado el “cascote”. Sergio revolvió en la basura hasta que lo encontró.
Las anécdotas son un recurso que Pujol utiliza para enfrentarse al desinterés de los alumnos de Comunicación que trabajan, sobre todo, con la actualidad. Semejante desafío se debe a que, tal como afirma Bernard Shaw “el periodismo es un inmenso mar de saber con un centímetro de profundidad”.
Contacto con el extranjero
Sergio Pujol ha dado conferencias y seminarios en diferentes universidades de Estados Unidos como Princeton, Grinell y Birmingham, cuyas exposiciones fueron sobre tango porque según él, este género musical es “el caballo de Troya” que permite ingresar en el ámbito internacional. En el 2001 vivió cuatro meses en Iowa, invitado por una beca, un programa para escritores de distintas partes del mundo cuya única obligación era, cada quince días, exponer sobre Argentina. En esa oportunidad, sus charlas fueron en torno a Perón, Evita, Maradona y el Che Guevara pero, además, aprovechaba para introducir otros aspectos como el folklore, el tango, el rock nacional y un poco de historia. En referencia a ello, el historiador y escritor manifestó que fue una experiencia inolvidable porque nunca había tenido la oportunidad de dedicarse, de la mañana a la noche, solamente a escribir. De aquella estadía en ese “pequeño pueblo monótono, de granjas, calles ordenadas y casas iguales”, surgió su libro sobre los años ’60 titulado “La década rebelde”, que publicó en el 2002. Si bien su vivencia en el exterior fue agradable, lo cierto es que nunca quiso ausentarse por mucho tiempo debido a sus relaciones familiares. Pujol, que se considera un “tipo muy familiero” prefiere permanecer en Argentina junto a su esposa, su hijo Felipe de tres años y Ulises de veintitrés.
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