Blog de la comisión 2 - Cátedra de Periodismo de Investigación de la UNlP

Los docentes de esta comisión -Elizabeth Novillo Torres y Manuel Dominguez- les damos la bienvenida a La Ola. Un lugar en el ciberespacio en donde se encontrarán con publicaciones de nuestros alumnos.







viernes, 13 de noviembre de 2009

A contrapelo

Periodista y literato, el autor de Nadar de Noche da cuenta de la red que conecta su vida y su obra, buenos y malos momentos. Historia de cuando fue con y contra la corriente


Me gusta leer un poco de Arlt después de mucho Borges.
Me gusta ir a contrapelo.


Juan Forn.

Por Mario De Otazua
Él golpea impaciente el anillo de casado contra el borde de la palanca de cambios. Maneja con aires de película de acción y habla. Habla de cómo viven “acá” en Gesell y del tiempo libre que tiene. Pasa a un auto en plena curva de la Avenida 3 y mete tercera, un cambio prácticamente desconocido para la parsimonia de las calles de este partido de la costa. Una velocidad muy diferente a la que veníamos hace media hora cuando terminó la entrevista en la biblioteca. Cuando fuimos hasta el café Habana, para “hacer tiempo”, antes de pasar a buscar a su hija por el colegio.

Pero ahora se hizo tarde, el mozo tardó en traer los tostados y Juan Forn pisa el coche “porque –dice con la vista clavada en la próxima curva- no me gusta que quede esperando sola”.Frena, cierra la puerta y cruza la calle al trote. Mientras entra al colegio, en un canchero paso de baile, le choca la mano a una compañerita de su hija que le sonríe. En unos segundos, Matilda de 9 años va a subir al auto; él le va explicar que le están haciendo un reportaje y ella va a intercalar el saludo con unas pícaras quejas porque le dieron mucha tarea. Papá Juan va derretirse mirando por espejo retrovisor.

***

“Esta biblioteca me da una pena, está siempre vacía y tiene unos libros hermosos”, dice cuando llego y mira desde el centro del salón las estanterías. Me da tiempo para acomodarme en la silla y sacudirme un poco la arena, que inevitablemente se pega a lo jeans y se mete en las zapatillas por más que uno camine por las veredas.

- Yo fui al Newman, al colegio de Macri, de De Narváez, de Prat Gay. Macri a partir de los doce años ya empezó a hacer ostentación de su riqueza. Armó un equipo y lo anotó en un campeonato de amateurs, de estos inter-countrys como del que salió Diego la Torre. Como yo jugaba bien me invitó. Él era suplente pero era su equipo y te pasaba a buscar un tipo en un auto para ir. Jugábamos con el equipo completo de Holanda. Yo nunca había jugado en un equipo donde todos tuviéramos la misma remera, las mismas medias, el mismo pantalón. Teníamos todo. Y cuando terminó el colegio me acuerdo que le dije que no iba a jugar más porque me iba a Europa. “¿Ah te vas? ¿A esquiar?” –Imita con un poco de saña- “¿A vivir? ¿Cómo que te vas en un avión de Carga? , ¿Cómo que no volvés?” –Se frena abriendo la boca y hace una cara de asombro muy sobre actuada- Yo no le decía que la compañía de aviones era de mi papá, pero bueno. Pero igual me fui en un avión durmiendo entre los caballos.

Juan me pide que lo tutee. Siempre renegó de su clase, del ambiente donde le tocó nacer y criarse. Ese lugar donde “tenés que hacer lo que hizo tu viejo y pensar lo que piensa la familia”

-Para los pibes (del colegio) estaba crazy, me decían el Topper Forn porque usaba zapatillas rojas de básquet. Para ellos, lo peor era que te gustara el rock nacional. Yo me las ponía porque eran un signo de identidad, las había usado Charly en el adiós a Sui.
A los veinte años Juan vivió en Sitges (Barcelona, España) en una comuna de exiliados que pintaba casas de barro y ponían la plata que sacaban de eso en un fondo común. Él agregaba su sueldo de lavacopas y juntos compartían hasta los gastos del papi fútbol que solían jugar. El escritor cuenta que “los que estaban allá” se ayudaban casi con organización de cofradía y explicita: “Todavía seguía apareciendo gente de Argentina u otros países latinoamericanos cayendo con lo puesto”.

- Había una familia de la comuna que eran como cinco hermanos militantes. Uno de ellos me confesó, una noche de borrachera, que se había escapado por los techos corriendo con la mujer. Él iba con la hija en brazos, la mujer atrás y los milicos corriéndolos. De pronto escucha un ruido fuerte y ve cómo la mujer rueda y cae de tres pisos de altura. Y él tuvo que seguir. ¿Qué le iba a decir yo? Que estaba ahí porque sentía que en Argentina me asfixiaba – dice con un tono de hastío hacia el mismo- Yo quería ser libre y escritor… dejate de joder.

Luego de viajar con un europass “Topper-Forn” se encontró un día con sus padres en el aeropuerto de De Gaulle en Francia. Ellos se habían venido con un tercer pasaje de vuelta y cartas de sus amigos.

-Me convencieron y volví. Llegue acá y no quería estudiar nada, era la Argentina del proceso, yo me había ido asqueado. Y me ponían una presión los viejos porque yo supuestamente era el mejor alumno del colegio y “¿Qué le pasó a este tipo que no quiere estudiar y no quiere hacer nada?”. Un amigo de mis viejos dijo de hacerme entrar a Emecé: “Por lo menos va a estar entre libros hasta que decida qué quiere hacer”. Y me acuerdo que entré y al mes me publicaron un poema en La Nación y lo leyó el dueño de la editorial Bonifacio del Carril, la hija se lo hizo leer. Ahí pasé para adentro y en 10 años fui subiendo y subiendo. Traduje libros, publiqué mi primera novela, dirigí la colección de escritores argentinos, etc. Pero ahí me contrataron los de Planeta. Tenia 29 años y me dijeron vos mandás. Yo no podía creer.

La primer novela de Forn se tituló inicialmente Corazones cautivos más arriba y en sus reediciones pasó a ser solo Corazones. La escribió mientras iba a un taller que dictaba Abelardo Castillo y al que este último lo había invitado tras de haber leído los dos primeros capítulos de la que luego sería su opera prima. Forn se ríe al recordar las discusiones, con el autor de Crónicas de un Iniciado, acerca de qué final debía tener Corazones o sobre los momentos en que se juntaban a corregirse entre ellos sus escritos.

- Lo que pasa es que con él es más divertido porque nada le divierte más que le cuestionen el texto. Él todo lo pensó. Hay escritores que escriben más rápido. Con Castillo, cualquier cosa que le preguntas, casi seguro que pensó lo que vos le estás diciendo y fue todavía mas lejos. Entonces cuando le metías una a Abelardo festejabas, dabas la vuelta olímpica alrededor de la mesa y volvías. Y eso lo hacíamos juntos, nos quedábamos horas. A él le divertía igual que a mi, yo le decía: “El diccionario dice que no podés poner quizás si la palabra siguiente empieza en vocal” y él “A mi me importa tres carajos lo que dice el diccionario”. “Bueno pero dice eso el diccionario”, “¡No dice eso!”. El buscaba en uno, yo en otro.

¿Por qué usas esa segunda persona para narrar en Corazones?

- Porque la plagié de un novelista yanqui que se llama Jay Mc Inerney. Y aparte yo vi que para la historia que tenía, para un pibe de 13 años, la voz era perfecta porque supuestamente la adolescencia es el primer momento de la vida donde se produce un desdoblamiento psicológicamente hablando y te ves desde afuera. Pero fue un parto escribir en segunda persona. ¿Sabés el trabajo que tenés que hacer para evitar las cacofonías?

En algunos momentos te permitís incluso el uso del estilo indirecto libre.

-¿Qué es estilo indirecto libre? – me pone en jaque y se ríe mientras frunce el seño.

El recurso que usa Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral por ejemplo.

-¡Que buen libro! Sí, sí lo uso. Pero es una marca de una época. Eso es una cosa que cuando yo me estaba formando, cuando devoraba libros como si fueran vitaminas, las novelas tenían que ser complicadas. Como que todos habían forzado algo, todos los libros de novelas latinoamericanas habían forzado algo, tenían un sheite estilístico complicado.

Rayuela de Cortazar, La muerte de Artemio Cruz de Fuentes…

-Sí todos, Rayuela, La muerte de Artemio Cruz, El obsceno pájaro y la noche, Vargas Llosa era para mi técnicamente el más dotado. Eran todos libros que tenían algo así. Yo en cierto modo celebré cuando se acabó la experimentación narcisista que caracterizaba la literatura americana en los ochenta, pero lo que pasa es que lo que vino después cuando no hubo experimentación es de una chatura.

Después de su primer novela, el entonces editor de Planeta, publicó su libro de cuentos Nadar de Noche. Entre estos relatos se destacan un cuento homónimo al libro y El borde peligroso de las cosas. “El de los drogones”, dice él.
Nadar de Noche cuenta la historia de un hombre que pasa unas cortas vacaciones en una casa prestada y que una noche de desvelo es visitado por su padre muerto ya hace unos años. “Ese es como mi hit”, reconoce Forn y cuenta que lo escribió luego de que muriese el padre de un amigo y el soñase con el suyo también fallecido.

- Mi mujer en ese entonces había asistido a la escritura de mi primer novela, a la muerte de mi padre y cuando empiezo a escribir Nadar de Noche ella estudiaba psicología. Nos estábamos por separar, las cosas no andaban bien. Una semana después termino el cuento, se lo muestro y me dice: “Creí que ya habías terminado con tu padre”. Entonces yo ahí dije: “Me separo de esta yegua que me tiene las bolas rotas” (sic). Y ella termina siendo la chica del Karma de Ciertas chicas. Y hoy estoy casado con ella y tenemos una hija.

El borde peligroso de las cosas por su parte tiene como nudo la estadía del personaje principal en un departamento de “la city porteña” que funciona como un gran after cocainómano.

- En realidad cuando tenía casi terminado El borde peligroso de las cosas, yo no tomaba merca todavía. Yo fumaba faso, había tomado alguna pepa alguna vez y había visto gente tomando merca adelante mío, pero yo no tomaba. Y había una mina que se llamaba la Colorada San Roman, que era la dealer de todo el ambiente del rock. Por otro lado, había un pibe que es crítico de cine Trash (un personaje, uno de los merqueros más terminales que conozco) y este tipo consiguió una línea para ir a comprar merca un sábado a las doce y media de la noche con un escritor chileno que se llama Fuguet. Viene Fuguet al otro día y me dice: “No sabés el lugar al que me llevó, yo no conozco a nadie pero estoy seguro que había gente de la tele”.
Escribo el cuento, se publica en Nadar de Noche y al mes había una fiesta en El Dorado (un boliche). De pronto estoy bailando y aparece una petiza con el pelo rojo, diez años más grande que yo, que me agarra con las uñas clavándomelas en el cuello y me dice: “Vos sos un hijo de puta, por tu culpa casi me cae la cana”. Y le digo: “¿Vos quién sos? ¿Quién te conoce petisa?” …“yo soy Adriana San Román”. Entonces viene Cecilia Roth, me lleva aparte y me dice: “Boludo ella es San Román vos la prendiste fuego en tu libro”. Después cuando los conocí a Fito y a Cecilia nos cruzamos en la casa de Fito y ella nunca tuvo buena onda conmigo. Al parecer, tenía una hija ella que se enteró.

Juan se queda pensando en lo que acaba de decir. Tiene puesta una remera de esas que son manga corta y larga a la vez, simulando una remera arriba de la otra. En el pecho, sobre la tela marrón, tiene dibujada una planta de marihuana gigante llena de flores que podría ser el sueño de cualquier fumador de sativa. Cuando terminemos la entrevista me va a contar que ahora está “esperando que abran el primer bar donde se pueda fumar libremente un porro” y aclara: “Yo no puedo tomar alcohol y por ahí salimos con amigos y yo veo como los otros suben y suben y yo estoy siempre en el mismo lugar”. Un bar donde permitan fumar marihuana… “Ya estamos cerquita”, pienso, no falta tanto para que Juan pueda fumar legal. Afuera unos chicos juegan un picado y gritan fuertísimo cada gol.

Antes de arrancar la entrevista mencionaste el “El Ego-trip de dirigir Planeta”.

- Sí. Cuando yo entré a la editorial me dijeron: “Los libros que vos quieras publicar se publican y acá tenés 25 mil dólares para contratar libros”. Yo contraté a razón de 500 dólares cada uno, y todos encantados. Ahí empezó biblioteca del Sur que tenía un perfil completamente amplio y para algunos era re trendy, era la colección canchera y para otros era la mentalidad de más abierta. Encima, yo tenía uno de los libros fetiche de la colección, era mío… te la creés. A mi, se me subió a la cabeza. Además, lentamente había ido cambiando la cosa y empezó a haber plata, si no en la literatura en si por lo menos en el trabajo en la editorial, o en los suplementos, empezaron a crecer los suplementos culturales y empezó a haber más trabajo en el periodismo. ¿Viste cuando estás en el lugar indicado en el momento justo? Eso iba a pasar de todos modos en algún momento en Planeta entonces pareció que yo había dado vuelta todo.

¿Qué pasa con Frivolidad que la escribís casi a fines de tu estadía en Planeta?

- Es una novela menemista, lamentablemente. Mucho glam al pedo. Yo me creía que estaba pintando un retrato de la Argentina. Hay gente que le gusta, yo no la quiero. Yo tengo un mal recuerdo, son los peores años de mi vida. Son los años en que yo me la creí, en que yo tomé merca, donde yo estuve casado con esta mina –su segunda esposa- que era un gato… Yo era austero y cuando pegué con esta mina fue un delirio. Venía de publicar Nadar de Noche y Trabajar en Planeta y 48 horas después de conocerla nos fuimos los dos juntos en un avión a Miami. Ella me daba manija y me decía: “vos sos un genio”. La cuestión es que me la creí.

Estabas haciendo lo mismo que tus personajes de Frivolidad en esa novela.

- Sí, yo vivía de una manera muy parecida a la que describo ahí. No podía escribir por todo lo que trabajaba o por todo lo que me enfiestaba.

Juan cuenta que terminó de escribir Frivolidad contra el reloj, ya se le habían cumplido los tres meses de la beca conseguida en Estados Unidos. Al regresar a la Argentina tuvo que terminar de corregir el libro, reintegrarse a Planeta y enfrentar a un divorcio que “ya se veía venir”.

- Así que cuando el libro se publicó, yo creí que iba a ser best Seller, creí que lo iban a filmar.

-¿Una película de Frivolidad?

-Sí, Yo creía que se iba a traducir a 50 idiomas, estaba loco.


***
Forn mira la hora, me pide disculpas y llama a su mujer. Queda en ir a buscar él a su hija hasta el colegio y corta. Me mira riéndose, ya sabe lo que va a decir: “Qué problema las mujeres”. Me río y pienso en el dueño del hostel donde me hospedo: desde que le acepté el primer mate no paró de hablar de mal de amores repitiendo cada tanto que “estas putas” son un mal necesario.

Hay una mujer limpiando que nos hace levantar los pies para pasar la escoba por debajo de la mesa. Juan me cuenta cómo se fue de Planeta, cómo mandaron desde España un argentino para que sea el mandamás y que cuando él estuvo becado despidió parte de su equipo.

-Yo volví y les dije que los reintegraban a ellos o me iba yo. “Bueno”, me dijeron. Así que hice mi cajita de cartón y me fui – se ríe de su papel de héroe en la situación. Piensa y une períodos de tiempo. Por fin vuelve a hablar- Y ahí entré a Página. Y entré así, era el planeta boy. Al principio me la hicieron jodida, sentó pésimo. Les parecía malísimo. Nosotros tuvimos la paradójica suerte de que Radar empezó en julio del 96 y en febrero del 97 se muere Soriano. Lo primero que hice cuando entré fue llamarlos a Horacio Verbitsky y a Soriano (que eran quienes me habían recomendado) para que me ayudaran. La idea era, en el primer número de Radar, sacar una nota de Soriano, otra de Verbitsky y así. Entonces venía Oscar Peterson a la Argentina y lo llamo a Horacio y le digo: “Viene Oscar Peterson y te consigo charlar con él”. Me trató para el orto y me dijo: “¿A vos te parece que yo estoy para esto?”.

La creación y los primeros pasos del suplemento de Radar se le hacían difíciles a Forn quien reconoce que Ros, Rep y Fresan fueron de las pocas personas que estuvieron a su lado cuando todos lo “fallutearon”. De todos modos, la suerte estaba dispuesta a cambiar:

- Cuando muere Soriano, un miércoles, estábamos haciendo el suplemento y yo me iba de vacaciones ese sábado. Tipo 6 me llaman y me dicen: “Trata de hacer todo lo que puedas de Soriano, dale la tapa”. A Soriano lo velaban a una cuadra de la redacción de Página. Nos quedamos con Fresan organizando y Rep dibujando hasta tardísimo. Yo empecé a acomodar las cosas como podía, a ver qué sacaba, qué ponía, bajamos todas las fotos del archivo, empezamos a plantearlo y de pronto baja Tiffenberg y me dice: “Tomen un poco de aire, ya esta el cajón, salgan un poco. Fuimos y había tanta gente en el velorio que empezamos a pedir textos ahí y a muchos los hacíamos ir directo hasta el diario a escribir. O les tomábamos testimonio y salíamos para el diario a desgrabar. Estuvimos todo el miércoles, todo el jueves y nos quedamos trabajando hasta el viernes a las dos de la mañana cuando cerramos todo el suplemento dedicado a Soriano, con dibujos, textos, de todo. Ahí volví a casa y salí para Ezeiza con mi mujer.
Yo me fui tres semanas. Cuando volví, Radar ya era una leyenda. Ese número lo compró la revista francesa Liberación para hacer un suplemento. Y tenía un famoso dibujo de Soriano yéndose de espaldas con un gato al lado. Ahí cambio la mística, Radar ya era Radar y todo el mundo estaba diciendo que era el mejor suplemento.


Pero el ritmo de Radar, sumado a la corrección de reediciones y la presentación de su novela Puras Mentiras llevó a Forn a una pancreatitis que lo obligó a dejar su puesto al frente del suplemento. La recomendación médica fue clara: Abandonar su ritmo de vida hasta entonces. El autor se mudó a Villa Gesell desde donde continuó escribiendo para Pagina/12 pero mucho más tranquilo y publicó María Domecq; una novela que sigue con su línea de introducir elementos personales en su literatura.

¿Cómo toma tu familia las inclusiones biográficas en los textos?

-Algunas cosas no me las perdonan nunca. Que hablé de mi abuelo, que conté cómo se culeaba (sic) minas. Algo que sabía todo el mundo, el matrimonio de mis abuelos era una careteada total, él no la quería y se caso por la guita. Era evidente, el me lo dijo a mi. Lo que pasa que él no hablaba con nadie, él era un sorete (sic). Pero a mi me encantaba.

Pero tanto Corazones como Maria DOmecq tienen un efecto de simpatía entre el lector y Galo o Carlos.

-Yo creo que sí, eso es verdad. La anécdota de la pileta es verdad – Carlos Forn, a quien el autor encubre bajo el nombre de Galo en su primer novela les enseñaba a nadar a sus nietos atándoles una soga al pecho y tirándolos a la pileta mientras él sostenía de la soga para que no se hundieran-. El otro día me encontré con unos primos míos que son cholulos en el fondo y cuando se encuentran conmigo me dicen: “Che el libro que te mandaste, eso sí, el que está enojado es mi viejo”. ¿Pero escúchame una cosa? Si lo que cuento ahí de Carlos J. Forn es todo verdad? Y lo del almirante, nos engañaron, nos contaban que teníamos un héroe en la familia. Un héroe que mandó a matar judíos –el bisabuelo de Forn, de apellido García Domecq tuvo una fuerte participación en la semana trágica a favor de la Liga Patriótica-.

¿No tuviste una buena relación con tu viejo? ¿Muchos encontronazos con Karol Forn?

-Y bueno, por suerte se murió joven. Igual, el último año nos reconciliamos bastante. Pero yo no debo haber sido el mejor de los hijos.

En Gesell las calles son paseos, literalmente. Las arterias que van de un lugar a otro de la ciudad se catalogan entre avenidas y “paseos” y son en su mayoría de arena. Juan Forn estacionó su Volkswagen Gol en ese límite difuso entre vereda y calle que suelen tener los lugares de playa, esa frontera de pasto y arena que no se sabe muy bien cómo respetar.

La biblioteca cierra a las seis de la tarde y nos despiden ya con las camperas puestas. Pedimos disculpas y nos retiramos. Matilda, su hija, salé a las seis treinta del colegio. Empiezo a despedirme pero me detiene: “Todavía queda media hora, vamos a un café así hacemos tiempo”.

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